Para mi hija Ana
El loro me mira desde su jaula y no me habla,
parece que ya conoce la felicidad.
No sé quién está adentro ni quién está afuera: él gira su cuello y mira hacia
arriba, su cielo es un árbol seco desde donde
se descuelga la primavera. Este
loro sabe empuñar el aire con sus alas, y aún
cuando presiente que no puede
volar como quisiera, me mira y no me dice
nada. A veces baila con su cuerpo
ligero, se mece con el sol que cae a través
del árbol que lo mira suspendido en
el espacio de la jaula. Como la mariposa que no conoce tristeza, el
loro
construye un modo de vida ideal para que los
geranios silben en la mañana: él
sabe silbar y no me habla por algún motivo
que desconozco. Es prestidigitador
del silencio, y sabe estar callado como la
poesía.