En la
jaula, el mirlo no tiene el pico más amarillo
que
fuera de ella. Se resigna a un canto,
afligido,
y parece avergonzado; aunque esté allí
por
culpa de quien lo ha metido sabiendo
que un
mirlo no cae del cielo.
Hay pájaros
así, que cualquiera
mete en
una jaula, a pesar de su pico amarillo.
No
cantan. No vuelan. No hablan.
Son pájaros
ciegos
con la
mudez de los oráculos y mudos
con la
lucidez de los profetas.
Completamente
por casualidad, le he abierto
la
jaula. Y él se ha dejado estar, sin salir
ni entrar